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De estrellas en ‘El jefe infiltrado’… a fracaso estrepitoso

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Ni la inesperada fama televisiva de sus fundadores, ni el boom que vive la cocina en estos momentos —con programas, libros y cursos para aburrir—, ni la buena ubicación de sus locales han servido para salvar del fracaso a uno de los últimos inventos de la restauración “cool“: Wogaboo.

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La cadena de restaurantes fue lanzada por Borja y Alfonso Domínguez en 2006 con gran despliegue de medios. El éxito les precedía: en 2004 montaron The Wok, que vendieron en apenas un año a Plácido Arango, dueño de la cadena VIPS, por un buen pellizco. Con este nuevo concepto de comida divertida de Wogaboo, abrieron seis locales propios y pusieron en marcha un ambicioso plan de franquicias que no terminó de triunfar. Y es que Borja y Alfonso Domínguez pensaron que podían repetir el éxito de The Wok: marca chic, carta con cocina internacional, una imagen cercana para enganchar al cliente… Pero ni la comida ni el servicio triunfaban mucho entre la gente.

A su paso por El jefe infiltrado se dieron cuenta de que a sus empleados, esa idea del “fun eating” no les había calado demasiado. En el programa se pudo ver a un jefe pijo y patoso con el que ninguno de sus empleados quería trabajar, lo que desembocó en una sucesión de humillaciones, broncas y momentos tensos.

En el programa se pudo ver a Borja, ya con su nueva identidad de “Iñigo“, como barman en uno de sus locales, donde confirmó que existía cierto despilfarro a la hora de servir las bebidas por no seguir los procedimientos de medición de la empresa. Borja también ejerció de camarero de sala, lo que acabó en tal desastre que el jefe de sala, un tipo borde y desagradable, le despidió a gritos. A su paso como ayudante de cocina, el resultado fue el mismo: le terminaron echando por patoso, preguntón y pesado.

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Al tercer día, el jefe fue descubierto cuando trabajó como camarero en uno de sus restaurantes en Madrid, donde el encargado de su aprendizaje era un chico joven que conocía a Borja desde hace años. En su última jornada como infiltrado, “Iñigo” conoció a una jefa de sala absolutamente insufrible que tras una gran bronca ante todos los clientes, acabó confesando que le habían diagnosticado una enfermedad y que había guardado el secreto.

Al final, cuando Borja se descubrió con sus empleados aquello parecía Hay una cosa que te quiero decir. Se dedicó a repartir cheques muy cuantiosos, viajes y, para colmo, a la jefa de sala que había sido tan borde con él le trajo a su madre desde Colombia.

En 2014, incluso antes de la emisión del programa, ya habían presentado concurso de acreedores y un administrador judicial se hizo cargo de la gestión del negocio.

El resultado fue que en pocos meses, Wogaboo ha pasado a la historia. Los fundadores se dieron cuenta de que su empresa se iba al traste mientras participaban en un reality de televisión. Un triste final para una marca que prometía diversión , o “fun eating“, pero que no supo transmitirla más allá de los despachos. La experiencia es un don, pero parece que las historias con final feliz pocas veces se repiten.


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